En junio del 2016, se ha propuesto la celebración de la Festividad de María Magdalena reconociendo que “esta mujer, conocida como aquella que ha amado a Cristo y que fue muy amada por Cristo;

llamada por San Gregorio Magno “testigo de la divina misericordia” y por Santo Tomás de Aquino “la apóstol de los apóstoles”, puede ser hoy propuesta a los fieles como paradigma del servicio de las mujeres en la Iglesia” [1]

De los evangelios, podemos reconocer que María Magdalena aparece nombrada como primera entre otras mujeres que seguían y servían a Jesús mientras estaba en Galilea (Lc.8,2-3; Mt. 27, 55-56; Mc. 15,40; 16,1s; Lc.23,49) lo que podría indicarnos el rol predominante que ella iba desarrollando en medio de los discípulos/as de Jesús y que visibiliza el evangelio de Juan (Jn. 20, 1ss). 

Llama la atención que los 4 evangelios resaltan el rol de las mujeres en torno al momento de la muerte de Jesús: permanecen mirando desde lejos (Mc.15,40), vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo (Mc 15,47//Lc.23,55); de madrugada van al sepulcro para embalsamar su cuerpo (Mc 16, 1// Lc. 24,1) y en este proceso, se encuentran con que la tumba está abierta, el sepulcro está vacío y un joven vestido de blanco, les anuncia que ha resucitado y les envía a anunciarlo a sus discípulos que irá por delante a Galilea (Mc. 16,3-8// Mt.28,1-10). 

En este proceso, resalta la figura de María Magdalena, a quien Jesús Resucitado se apareció primero (Mc.16,9); y quien estando llorando junto al sepulcro, es invitada a explicitar su búsqueda, tiene la experiencia de sentirse llamada por su nombre, de verlo resucitado, de reconocerlo como su maestro y de ser enviada a comunicar “subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Juan 20,11-18).

Nuestras primeras constituciones[2] nos presentan a María Magdalena como modelo del don de fortaleza, ella “fue capaz de sobrellevar durante muchos años, una vida de rigurosa penitencia y de permanecer bajo la cruz mientras los Apóstoles casi todos huyeron”.

En el contexto de Pandemia que vivimos, ¿Qué podríamos aprender de María Magdalena?  Me resuena de su presencia en los evangelios, su capacidad de ir con otras, de querer conocer donde colocan al Maestro, de arriesgar para cumplir con los rituales de sepultura de su tiempo y por ello van muy de madrugada, aun siendo oscuro, de regreso al lugar de la sepultura. En este sentido, me aparece su fortaleza, la de saber estar en las situaciones que emergen en la vida -situaciones dolorosas y/o alegres, de vida y/o muerte-, y de buscar el modo de ser fiel a su capacidad de vivir el amor que experimenta en su ser, de vencer los temores, el qué dirán y la no valoración; el arte de saber resistir, ofrecer y permanecer. Me surge preguntarme ¿Cuánto sé esta presente, en la realidad que hoy nos rodea, sosteniendo la esperanza y el cuidado de la vida?

 Y aunque la pérdida, provoca impotencia, pena y llanto, es en esa experiencia donde se manifiesta Jesús Resucitado. Se vislumbra en su vida, la capacidad de vivir la cotidianidad desesperanzadora, de dolor y sufrimiento, desde la propia experiencia de encontrar sentido a la vida en el encuentro con Jesús, quien la ama sin condiciones ¿discierno el cotidiano, desde la experiencia de que en lo que voy vivenciando puede habitar Dios?

¿Cuántas María Magdalena reconozco en nuestros entornos? Mujeres que se unen a otras en la simplicidad del cotidiano para enfrentar el hambre de los suyos y de sus vecinos, de ir en ayuda a quien lo necesita, de organizarse para luchar por causas que buscan el bien común a largo plazo: por el cuidado del medio ambiente, de la lucha por el agua; que por su vocación buscan crear mejores condiciones de salud y educación para los más desplazados y empobrecidos…

Mi gratitud surge hacia María Magdalena por su estar allí en el momento de dolor, muerte y resurrección de Jesús, con ello posibilitó la comunicación de Buena Noticia y que emerja la comunidad cristiana. Ella es la enviada por Jesús a anunciar a los apóstoles que El Vive, que ha resucitado y que “su Padre es nuestro Padre y su Dios, nuestro Dios.  ¿Cómo puedo y podemos seguir anunciando hoy esta verdad, desde el nuevo rol que vamos descubriendo como mujeres y consagradas en la historia que este virus nos hace repensar? ¿Dónde podemos seguir afirmando con ella “He visto al Señor”?

 

[1] Decreto de la congregación del culto divino y disciplina de los sacramentos, 3 de junio 2016

[2] Constituciones y Estatutos de la Congregación de las Siervas del Espíritu Santo del año 1891, Regla 3 de los patronos de la Congregación, Estatuto

Hna. María Salomé Labra M. SSpS - publicado en 2020 SVD